
A veces, uno cree que todo lo ha olvidado, que el óxido y el polvo de los años han destruido ya completamente lo que, a su voracidad, un día confiamos.
Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la rabia de un relámpago.
Hace algunos meses, esa sensación se adueñó de mí, al descubrir entre viejas carpetas y papeles, una tarjeta amarilla y arrugada: "Que seas feliz" -rezaba.
No me costó demasiado revivir aquel momento: un pequeño gesto y plena gratitud.
Situaciones como ésta forman el recuerdo de mis años de colegio que pronto acabarán...¡Todos tan intensos y extraordinarios!
Podría relatar multitud de anécdotas que aún retengo en la memoria, sin embargo, mi intención no es (todavía) autobiográfica.
La vida nos arrastra de muchas maneras que no podemos controlar e increíblemente todo permanece en nosotros. Todo.
Parece que estuviésemos formados por innumerables gotas del pasado que, en ocasiones, asoman la cabeza y se hacen manifiestas. Como ahora.
No hay mayor dolor que el recuerdo de tiempos mejores, de la infancia y jueventud, de las primeras amistades, de lo verdaderamente importante.
La melancolía llega a asfixiarnos.
Hoy, el agradecimiento se convierte en necesidad.
La educación, la cultura, el afán de superación, el deseo de felicidad...no están al alcance de todos.
No hablo de vivencias concretas, sino de la totalidad de las mismas, del acúmulo de estos años que han hecho de mí una persona íntegra, decidida.
Porque a través de la paciencia y valentía de aquellos que me han acompañado durante el inquietante sendero de la experiencia, he logrado, al fín, llegar al conocimiento de mi misma y a poseer un profundo amor a la vida.
Hoy, logro borrar el sufrimiento que en mí producía mirar atrás y dar el paso, saltar la frontera hacia una nueva etapa.
Porque hoy he derramado lágrimas, lágrimas de satisfacción.
Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la rabia de un relámpago.
Hace algunos meses, esa sensación se adueñó de mí, al descubrir entre viejas carpetas y papeles, una tarjeta amarilla y arrugada: "Que seas feliz" -rezaba.
No me costó demasiado revivir aquel momento: un pequeño gesto y plena gratitud.
Situaciones como ésta forman el recuerdo de mis años de colegio que pronto acabarán...¡Todos tan intensos y extraordinarios!
Podría relatar multitud de anécdotas que aún retengo en la memoria, sin embargo, mi intención no es (todavía) autobiográfica.
La vida nos arrastra de muchas maneras que no podemos controlar e increíblemente todo permanece en nosotros. Todo.
Parece que estuviésemos formados por innumerables gotas del pasado que, en ocasiones, asoman la cabeza y se hacen manifiestas. Como ahora.
No hay mayor dolor que el recuerdo de tiempos mejores, de la infancia y jueventud, de las primeras amistades, de lo verdaderamente importante.
La melancolía llega a asfixiarnos.
Hoy, el agradecimiento se convierte en necesidad.
La educación, la cultura, el afán de superación, el deseo de felicidad...no están al alcance de todos.
No hablo de vivencias concretas, sino de la totalidad de las mismas, del acúmulo de estos años que han hecho de mí una persona íntegra, decidida.
Porque a través de la paciencia y valentía de aquellos que me han acompañado durante el inquietante sendero de la experiencia, he logrado, al fín, llegar al conocimiento de mi misma y a poseer un profundo amor a la vida.
Hoy, logro borrar el sufrimiento que en mí producía mirar atrás y dar el paso, saltar la frontera hacia una nueva etapa.
Porque hoy he derramado lágrimas, lágrimas de satisfacción.
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