
Como sumergida en inesperada tormenta de verano, el dolor y el desengaño empaparon por completo cualquier atisbo de mi pequeña esperanza en el mundo.
Hablo de una tempestad común a todos que irrumpe sin aviso previo, con fuerza, con intensidad, durante un breve instante prolongado en el tiempo.
Hablo de aquella absurda lucidez que al igual que el relámpago más cegador, nos convierte en víctimas de un claroscuro insoportable.
Quedamos desprovistos de inútiles creencias, antes elogiadas y que ahora agonizan sobre el suelo embarrado.
Quedamos como árboles desnudos...como las hojas marchitas al acabar septiembre.